
El Fascismo
como fenómeno característico de la historia de la 1era mitad del Siglo XX, debe
ser entendido en un contexto de negación de la lógica del pensamiento liberal y
su acción hegemónica. La crisis del sistema-mundo en los inicios de la primera
y segunda década del pasado siglo, producto de los desarrollos especulativos
del mercado financiero que se desarrolló agitadamente en ese período, fue
asignada completamente a la responsabilidad del pensamiento liberal y sus
excesos.
La lógica
del “dejar hacer-dejar pasar” que caracterizó los mercados de capitales en
consonancia con el impulso del pensamiento imperialista, tuvo sus efectos
catastróficos en una cruenta crisis económica que impulso la confrontación
entre los Grandes Imperios del Siglo XIX, que se negaban al cambio de época.
Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia y Japón, entraron en una carrera
armamentística que se extendió por casi todo el mundo. En ese contexto, la
aparición emergente de un nuevo tipo de imperialismo basado en el desarrollo de
una fuerte industria militar, propugnada por los EEUU, sería la marca esencial
que caracterizaría el resto del Siglo XX.
Como una
reacción a la crisis creada, por la especulación económica y la ausencia de
reglas para el control financiero, fue surgiendo una matriz de pensamiento que
asignándole todas las responsabilidades al capitalismo liberal, proponía una
nueva acción colectiva distinta. Sería la base de desarrollo del pensamiento
Fascista. El gran pensador italiano Umberto Eco caracteriza al Fascismo de la
siguiente manera:
- Culto de la tradición, de los saberes más tradicionales
- Rechazo al modernismo, a la ilustración.
- Culto de la acción por la acción. Pensar es una forma de castración.
- Rechazo del pensamiento crítico.
- Miedo a la diferencia (cultural, étnica, social).
- Llamamiento a las clases medias frustradas para recuperar su “status”.
- Xenofobia
- “Miedo al enemigo”.
- Principio de Guerra permanente.
- Elitismo, desprecio por los débiles.
- Culto a la muerte.
Debe verse
al fascismo como un momento particular del desarrollo del capitalismo y que
como éste, tiene la capacidad de superar sus propias limitantes y problemas. El
fascismo es una parte más del capitalismo. Es una forma de gobierno específica
que la clase dominante utiliza como única salida, en momentos extremos, para
acabar con toda oposición de la clase trabajadora.
La historia
nos demuestra, sin lugar a dudas, que hay una unión inseparable entre fascismo
y capitalismo. Y que detrás de toda la fraseología demagógica que los nazis
usan acerca de un nuevo sistema totalmente diferente al capitalismo, se esconde
la realidad que, de manera precisa, expone Sebastian Balfour en su libro sobre
la situación de la clase trabajadora durante el franquismo, La dictadura,
los trabajadores y la ciudad: "De hecho, el principal objetivo del
nuevo orden fue restaurar plenamente el sistema capitalista en fábricas, minas,
oficinas y haciendas y asegurar que nunca más sería amenazado por un
levantamiento social".
Tanto el gobierno
de Hitler como el de Mussolini y el de Franco fueron consecuencia de la
reacción de sectores decisivos de la clase dominante y de la máquina estatal
para aplastar toda resistencia de los trabajadores, que se negaban a pagar la
crisis que los propios dirigentes habían creado.
Esta
reacción que acaba por dar el poder a los fascistas representa la desaparición
total de la oportunidad de luchar, de organizarse por parte de la mayoría,
representa la desaparición de toda resistencia durante años, si no décadas. De
toda posibilidad de expresar ideas diferentes a las del régimen, no sólo ideas
socialistas, sino religiosas o científicas. Sólo hay que observar la primera
mitad de la España franquista, con todo su entramado policial de vigilancia
sobre cualquier movimiento individual, para percatarse de que toda libertad de
expresión y toda forma de democracia desaparecieron. Muestra la diferencia
entre la democracia burguesa y la dictadura fascista.
Llamarles a
los dos con el mismo nombre deja a la gente inmovilizada contra los verdaderos
nazis, como lo hizo la absurda política de Stalin en Alemania cuando los nazis
estaban creciendo. El partido comunista se negó a aliarse con los
socialdemócratas, argumentando que eran "socialfascistas",
equivalentes a los nazis.
El
funcionamiento del movimiento fascista se basa en la confrontación directa en
las calles. Los nazis buscan el control de las calles: no es casualidad que,
tanto el partido nazi catalán Estat Català, como el partido de Le Pen en
Francia, salgan unos el 11 de septiembre con sus uniformes y su actitud
marcial.
Los nazis
hacen esto por dos razones: la primera, aterrorizar con sus marchas militares a
la gente que no está de acuerdo con ellos y, la segunda, es que les sirve para
presentarse como algo importante, para convencer a las clases medias y al
lumpen de unirse a ellos. En palabras del nazi Goebbels: "Quien controla
las calles conquista las masas, y quien conquista las masas controla el
estado."
Los
fascistas no se hacen con el poder a través del argumento sino a través del
terror. Su medio principal no es el parlamento, aunque eso no significa que no
lo aprovechen. Su medio es la confrontación de su base contra toda organización
que no acepte sus planes totalitarios, y si bien los éxitos electorales de los
nazis no han desaparecido en estos dos últimos años, no son su campo más
importante.
El fascismo
necesita dos factores principales para tomar el poder: el apoyo de un
movimiento reaccionario de masas en la calle y el de la clase dirigente
(empresarios, organismos represores e Iglesia incluidos).
EL FASCISMO
EN LA VENEZUELA DEL SIGLO XXI
Sí entendemos, tal como lo hemos señalado, que las formas que adquiere
el fascismo se corresponden con ajustes a las lógicas de dominación,
subordinación y control que impulsa el capitalismo, debemos entender también
que estas formas se ajustan, se flexibilizan, se mimetizan pero nunca pierden
su carácter de dominación de clase e imposición coactiva.
El fascismo
italiano, o nacional-alemán o el fascismo español de la 1era mitad del siglo
XX, fueron muy directos y cruentos en su accionar, basados además en un control
a través del Estado, asegurando la subordinación de los trabajadores y
persiguiendo cualquier expresión crítica o diferente a la “uniformidad”
impulsada. Ese proceso “abierto” fue fácilmente identificable y
contundentemente atacado por todo el pensamiento liberal, por los peligros que
representaba para sus propios intereses.
No obstante,
el Fascismo nutrió el pensamiento capitalista-liberal y le permitió “comprender”
el impacto de la propaganda como instrumento político de control. La
“masificación” de los colectivos, bajo las ideas que concluyeron en el
planteamiento de la globalización o “universalización cultural”, son una nueva
forma de fascismo. Muy bien mimetizada, camuflada, disfrazada para que no se
produzcan reacciones colectivas contra ellas. En el fondo, el tema sigue siendo
el mismo: como asegurarse la apropiación del trabajo del ciudadano y la
transformación de ese trabajo en plusvalía desde la cual se impulsa la
acumulación, la riqueza de los sectores propietarios.
En el caso
venezolano, la realidad del capitalismo liberal de la 2da mitad del siglo XX se
articuló perfectamente con la democracia representativa, para crear “una
ilusión de armonía”. Todo el Estado busco en su accionar “desaparecer” el
conflicto. El conflicto no existió en Venezuela. Fuimos “totalmente felices”.
Ese es el gran éxito del capitalismo liberal y la democracia representativa en
Venezuela: borrar del imaginario colectivo la violencia institucional a través
del Estado, mediante la cual se expresaban los sectores dominantes y
propietarios.
La “ilusión
de armonía” se quebró con dureza en el Caracazo (27-28-29 de febrero de 1989) y
ello generó un “despertar” de los signos de violencia que estaban supeditados
al control propagandístico del Estado. La elevación de las protestas sociales
violentas, coactivas, movilizante entre 1989-1992 fue notoria y con ello surgió
la explicación del Estado dominante: los venezolanos “rompieron” los cristales
de la mejor democracia del Latinoamérica.
La realidad
es completamente distinta. La expresión de los humildes, los invisibilizados,
los subordinados, los subyugados a través de la protesta evitó cayéramos en un
clima de guerra civil. El surgimiento de Hugo Chávez y el resto de los
COMACATES (Comandantes-Capitanes y Tenientes) en conjunto con sectores civiles
de la izquierda comprometida canalizaron el descontento a partir de 1992 y lo
transformó en una acción política, que evitó que el dolor de la exclusión
tuviera consecuencias funestas para la historia política venezolana.
No obstante,
en la figura de Chávez existe desde el punto de vista histórico y étnico un
gran problema para las élites dominantes. Chávez es un “zambo”, surgido de
descendiente afrovenezolano e indígena, los dos sectores sociales
tradicionalmente subordinados y sometidos. El surgir de Chávez es el surgir de
los sectores dominados e invisibilizados y por ello, la reacción de la derecha
fue inclemente hasta el día de hoy.
Chávez fue
un hombre consciente de su propia historia (la de la dominación y el
ocultamiento de su condición étnica) y de la necesidad de reivindicar a través
de él, a miles y millones de venezolanos que nunca tuvieron voz, ni existieron
para el Estado Dominante, más allá de ser sujetos manipulables en las
elecciones. Por eso Chávez transforma el sentido de la política en el país.
Convierte la política no en un instrumento de dominación, sino en un frente de
liberación. Mandar-obedeciendo se contrapone a la lógica de mandar-mandando. La
primera significa que se ejerce el poder no para el propio beneficio, sino como
una acción colectiva de co- responsabilidad entre quién otorga el mandato
(poder constituyente) y quién recibe ese mandato (poder constituido). La lógica
de mandar-mandando contraviene ese sentido. Mandar-mandando se traduce que el
poder constituido se impone sobre el poder constituyente. No hay delegación, no
hay vínculo de construcción colectiva.
Por eso
Chávez fue objeto del odio fascista de la clase media en Venezuela, que
tradicionalmente negó su condición étnica y se dejo “seducir” por la ilusión de
armonía. La clase media, que fue beneficiada por las políticas sociales durante
mucho tiempo, que se le posibilitó su ascenso social a través del uso de la
renta petrolera, negaba sus orígenes humildes y se asumió diferente al resto de
los venezolanos. Cuando con Chávez dejó de ser sujeto esencial de la política
del estado, comenzó a desarrollar un “odio fascista” hacia el “otro”, que
asumió deshumanizado, iletrado, inculto, casi salvaje. Las expresiones “hordas”
“chavista ordinario”, fueron parte de la simbología lingüística usualmente
empleada para expresarse hacia los colectivos que se movilizaron y generaron
una infinidad de triunfos electorales al Comandante-Presidente (17 victoria de
18 eventos electorales entre 1998-2013).
Para las
elites dominantes, que controlan los medios de comunicación, que bombardean con
representaciones de los social, lo cultural y lo político a los venezolanos,
que “viven” esclavizados de las Pantallas (Televisor, celular, computadoras),
Chávez y la Revolución Bolivariano son un “peligro” para su propia existencia.
El pensamiento discriminatorio, fascista, toma cuerpo en primer lugar en la
clase media, la cual percibe más de cerca lo que considera una terrible
amenaza. Encantada, mirando hacia la inalcanzable clase superior, le horroriza
el surgimiento de las clases inferiores de las que huye. Es la clase social y
económica que más profundamente cree en la necesidad de las diferencias
sociales. Sin argumentos profundos, pues no los hay, la necesaria
diferenciación social la apoya en argumentos racistas y académicos.
Este terror a la igualdad, de la que huye despavorida, es un excelente caldo de cultivo para la única clase que tiene razones para temerle: la gran burguesía o la oligarquía agraria. Todo el poderío propagandista de la clase superior es volcado, desde una aparente indiferencia, sobre la vulnerable clase media. El mensaje constante, machaconamente repetido, está siempre referido a la exaltación de valores como el éxito por la competencia, el esfuerzo propio y la superación personal, -tan caro a este segmento de población- tanto como a la presentación del pueblo como horda despreciable, culpable de su propia situación, flojo, pedigüeño, irresponsable, sin méritos para acceder a lo que con tanto esfuerzo y sacrificio obtuvieron ellos.
Este terror a la igualdad, de la que huye despavorida, es un excelente caldo de cultivo para la única clase que tiene razones para temerle: la gran burguesía o la oligarquía agraria. Todo el poderío propagandista de la clase superior es volcado, desde una aparente indiferencia, sobre la vulnerable clase media. El mensaje constante, machaconamente repetido, está siempre referido a la exaltación de valores como el éxito por la competencia, el esfuerzo propio y la superación personal, -tan caro a este segmento de población- tanto como a la presentación del pueblo como horda despreciable, culpable de su propia situación, flojo, pedigüeño, irresponsable, sin méritos para acceder a lo que con tanto esfuerzo y sacrificio obtuvieron ellos.
Por eso las
máximas expresiones del odio fascista del Siglo XXI se dieron en las cercanías
de sectores de la clase media, que ven como un peligro la existencia
“diferente” del otro, que recibe atención, educación, salud, que se convierte
en sujeto de pleno derecho y que es un ciudadano en potencia. El Fascismo del
Siglo XXI debe tomar la calle violentamente para evitar esa “ciudadanización”
de la política. Debe retrotraer la política a la vieja violencia inmovilizante
de otrora y que la participación sólo se restrinja a un momento electoral.
Un sujeto
protagónico, capaz de definir su propio rumbo a través de la herramienta del
poder popular es una amenaza para el status quo del pensamiento capitalista,
pues es cada día más consciente de la explotación a la cual es sometido
constantemente y ante la cual, el Estado a través de la democracia
participativa y protagónica, le ha dado más instrumentos y herramientas para la
lucha en términos de clase.
Ante eso, el
Fascismo propende a tomar la calle, a ejercer la violencia en toda su expresión
y se enmarca en una estrategia de ocultamiento de su propia violencia. Hay un
mimetismo de la violencia. Ella no existe, es solo la concreción de un “deseo
de libertad”, de una expresión de “justicia”, es la concreción de “mi derecho
político”, ante un Gobierno “Tiránico”. Esta acción discursiva se conoce como
asimilación negativa. Es decir, los elementos negativos que yo mismo
experimento, se los endilgó al otro, transformando a la víctima en culpable
protagonista. Es eso lo que ha sucedido con los 8 compañeros muertos. Son
“víctimas” de la propia violencia de la Revolución Bolivariana. No son víctimas
del Fascismo de Capriles y sus estrategias comunicativas de terror.
El fascismo
del Siglo XXI se caracteriza por:
- La utilización de los medios y de la comunicación política para extender sus lineamientos y acciones.
- El ocultamiento de sus características ideológicas de “derecha”, evitando declararse abiertamente a favor del capital.
- La asimilación de banderas políticas de la izquierda insurgente: derechos sociales, reivindicación de lo popular-colectivo.
- Acción coherente y violenta en forma sistemática cuando así lo considera, para generar retrocesos en la acción colectiva emancipadora.
- Creación del “terror” a lo popular, como una amenaza que agrede las formas de vidas y el status quo de los sectores propietarios e históricamente dominantes.
- Formación de matrices de información manipulada y repetida hasta la saciedad, que se convierten en justificación de la acción violenta mimetizándola como acción por la “libertad y la justicia”.
El Fascismo
del Siglo XXI tiene la meta de penetrar y desmontar toda la estructura de apoyo
social y popular que levantó hasta ahora la Revolución Bolivariana, para ello
el impacto de la violencia, la contundencia de la misma, a través de una acción
sistemática es clave, para generar una inhibición del movimiento popular, que
se debe someter ante el “miedo” y con ello pasar de la acción a la inacción,
que sólo permitirá que la acción colectiva del fascismo se imponga. Advertir
sobre esta estrategia adelantada con apoyo de los medios de comunicación es
vital para consolidar el Proceso Revolucionario.
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